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Me pasa a menudo. Salgo con un plan, tengo un propósito determinado, pero en el camino me sale al cruce un acontecimiento, un hecho, una persona, una circunstancia, que resulta mucho más potente, más provocadora, más plena de significados que aquello que inicialmente me puso en movimiento.

Fui a tomar imágenes desde el aire sobre la creciente. Pero nada de lo que vi de ese Río Uruguay crecido, con su majestuoso manto amarronado cubriendo la costanera e invadiendo clubes y viviendas, me impactó tanto como una persona, de carne y huesos, a la que “redescubrí” en una de las amplias oficinas del antiguo edificio de la Estación Central del Ferrocarril de Concordia.

Boina marrón cubriendo su cabeza, pullover beige, un pantalón jean y unas alpargatas. Tal el atuendo con el que el Profesor Heriberto María Pezzarini afrontaba una mañana más de trabajo en el Archivo Histórico Municipal de Concordia. Su estampa tan pintoresca parecía formar parte de la escena de una película.

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Estaba sentado frente a un escritorio, escudriñando unos papeles amarillentos escritos a mano. A su alrededor, carpetas, cajas, documentación ordenada en estanterías construidas casi artesanalmente, con mínimos recursos. Todo el entorno simbolizando la más absoluta austeridad. Ni un solo lujo, ni una sola comodidad como las que suelen apreciarse en oficinas municipales del centro.

El rostro de Heriberto tiene arrugas propias del paso de los años, como las canas que asoman debajo de la gorra. Pero su pasión por la historia, por la memoria, por ese archivo del que es artífice, se mantiene joven como su alma.Me habló de los esfuerzos supremos para mantener ese lugar –el archivo- que custodia la memoria de Concordia. Sin quejarse, como al pasar, me contó de los infinitos e infructuosos pedidos de audiencia a sus superiores intentando conseguir respaldo para que el archivo salga adelante. También valoró una ayuda de CTM que permitió arreglar los techos. Me sacó de paseo entre las estanterías, mostrando con orgullo los tesoros ya clasificados. Como al pasar, y sólo para mí, casi con vergüenza, me confesó la ridícula suma que le abonan por ir a trabajar allí mañana tras mañana. Obvio, no son esos billetes -ni nunca lo fueron- lo que a él lo moviliza.

Debí hacer otras consultas para enterarme de cosas que él no me contó. Por caso, que el Archivo Municipal no tiene una “caja chica” para afrontar los gastos básicos de la diaria. Parece que recientemente, en tiempos de campaña, le asignaron 30000 pesos mensuales. El primer pago sirvió para alguna de las innumerables cuestiones pendientes. El segundo… todavía no llegó…

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Un afiche del exgobernador Mario Moine, guardado en el archivo municipal Agrandar imagen
Un afiche del exgobernador Mario Moine, guardado en el archivo municipal
Pero no crean que esta columna tiene por propósito denunciar esta desatención para con el Archivo Histórico Municipal y para con su fundador. Obvio, si sirve para que alguien reaccione, bienvenido sea. Ojalá que las autoridades salientes y las entrantes tomen nota y decidan respaldar la memoria y a quienes la custodian, porque sin ella difícilmente tendremos futuro.

Pero debe quedar muy en claro que esa austeridad que desarma, esa pobreza de recursos, esa ausencia de comodidades básicas, por más injusta que resulte, no es nada si se la compara con la ejemplaridad que emana de este hombre alto y delgado, flaco, con fisonomía de Quijote.

Todo él es un espectáculo de vida, de ideales, de cultura, de fe, por el que debemos sentirnos infinitamente agradecidos. Granadero, profesor de historia, minucioso e incansable investigador, católico auténtico, esposo, padre, rector del Bachillerato Humanista Moderno, Concejal, Director de Cultura, autor de una historia de Concordia que ya aquilata 5 tomos impresos y un sexto que espera que aparezcan fondos para entrar a imprenta. Pocas ciudades de la Argentina deben contar con una obra de tal envergadura, concebida por Heriberto de manera conjunta con la profesora Mausi Reissenweber, otra apasionada como él.

Y como si todo esto no alcanzara, Heriberto es dueño de un modo único de transmitir la historia, del que dan cuenta aquellos que tuvieron la gracia de tenerlo como profesor y haberlo escuchado relatar, por ejemplo, la Batalla de Arroyo Grande. ¿Acaso no les ocurrió que, de golpe, se sintieron transportados al campo, caminando entre los pertrechos, esquivando las balas, escuchando los gritos de los heridos y sintiendo las vibraciones del galopar de los caballos?

Como todo historiador, por momentos (nos) incomoda. Es que, a diferencia de la mayoría de las noticias que publicamos en los medios, que se parecen a esos yuyos sin raíces tan fáciles de arrancar, el relato histórico va a lo hondo, se mete en serio con las causas, con los precedentes y con los legados. “Monseñor Ricardo Rösch dejó una semilla que aún no fue sembrada”, se lo escuchó decir en la presentación de su último libro, centrado en la biografía del primer Obispo de la Diócesis. Son palabras que interpelan, que nos invitan a salir del letargo.

Concordia, como todo el país, desea un futuro mejor. En la campaña, quien más, quien menos, todos los candidatos hablaron de futuro. Lógico. Pero haríamos bien en mirar a la cara al presente, con sus múltiples caras. Para comprenderlo, necesitamos descubrir de dónde venimos, cuáles son nuestras raíces. Y si de “hacer memoria” se trata, ahí están Heriberto Pezzarini y el Archivo Municipal, golpeando a las puertas de nuestra indiferencia, invitándonos a comprometernos con la casa común.

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Otro afiche, en ese caso del exintendente y ex gobernador Jorge Busti Agrandar imagen
Otro afiche, en ese caso del exintendente y ex gobernador Jorge Busti
Fuente: El Entre Ríos

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