Agradezco a tantas personas que en las últimas horas se han comunicado para felicitarme, pero no es una falsa modestia decirles que sólo he cumplido con mi trabajo. Tuve los primeros indicios de la ocurrencia de un hecho, logré que al menos cinco fuentes distintas lo confirmaran, llamé a las autoridades que no sólo no lo negaron sino que además aportaron otros elementos de juicio, y, finalmente, me senté a redactar. O sea, hice periodismo, la vocación que abracé con pasión desde la adolescencia y a la que ejerzo, con aciertos y errores, en un medio que me respeta y me deja ser, que no es poca cosa hoy en día.
No pretendo justificar mi accionar escudándome en una objetividad propia de las ciencias exactas. No hay dudas que puse en juego mi persona al elegir cada palabra. Y antes que ello, también la calificación del hecho como "noticiable" estuvo atravesada por una "valoración" subjetiva de lo que entiendo como "trascendente" e "importante", con la que nadie está obligado a coincidir.
Pero los hechos son los hechos, reales, concretos: Una menor embarazada de aproximadamente cinco meses; un aborto que se lleva a cabo; el bebé que sobrevive varias horas -10, según se atrevió a precisar una de mis fuentes, aunque no hace al quid de la cuestión- apoyado en la "chata"; el director del Hospital que pide a quienes redactan las leyes que prevean algo que posibilite en casos así la actuación de los facultativos; siete médicos que notifican su decisión de ser objetores de conciencia. Como si todo esto fuera poco, uno de los profesionales del nosocomio ha revelado en las últimas horas que la colega suya que inició el procedimiento de interrupción del embarazo fue "cuasi amenazada". Por otro carril corren las reacciones que desató la noticia, especialmente en las redes sociales. Permítaseme compartir mis impresiones al respecto, todas ellas opinables, discutibles, pero -eso sí- genuinamente mías, firmadas al pié, sin atisbo de anonimato.
Primero y principal: Lo ocurrido es un drama humano, cargado de sufrimientos por donde se lo mire, donde nadie, con independencia de las distintas responsabilidades, ha salido indemne. La gran diferencia es que el recién nacido, cuyo organismo siguió el mandato biológico de aferrarse a la vida, no tuvo opciones, ni siquiera para equivocarse, como nos equivocamos los adultos. Fue, a no dudarlo, la principal víctima, pero no la única.
Dicho esto, podrá tildárseme de ingenuo o de tibio -no me importa- pero NO me creo en condiciones de elaborar juicios implacables y terminantes sobre quienes intervinieron en esta historia. Sí veo necesario que la Justicia investigue y clarifique, sopese responsabilidades, ponga en la balanza agravantes y atenuantes de las conductas. Pero ese no es mi rol, ni como periodista ni como ciudadano.
Me parece saludable la indignación de muchos con lo sucedido, por esa vida que quiso ser y no se lo permitimos. Admiro a quienes han salido o van a salir pacífica y civilizadamente a las calles a pronunciarse para que hechos así no se repitan. Lo mismo a quienes se han solidarizado con los objetores de conciencia o a quienes han propuesto que se revise o lisa y llanamente se derogue el polémico protocolo, aportando sus razones, peticionando a las autoridades.
Pero no estoy de acuerdo con quienes canalizan esa indignación escrachando personas en las redes sociales, atravesándoles un cartel que dice "abortista", con un facilismo escalofriante. ¿Acaso se puede defender la vida sembrando odio a diestra y siniestra? No creo que ese sea el camino. Perdonen. Para eso, no cuenten conmigo.
Entre las reacciones que no han estado a la altura de las circunstancias no puedo dejar de mencionar al comunicado del Ministerio de Salud de Entre Ríos, apelando al gastado ardid de negarlo todo, como si quien esto escribe se hubiera levantado un día dispuesto a inventar historias, rifando 30 años de trayectoria en el periodismo. Y ni hablar de la médica de Chubut aseverando desde allá que "el feto nació muerto", sin darse cuenta que hasta las autoridades del hospital admitieron la sobrevida.
Tanto estas maniobras "oficiales" para desconocer la realidad como esos escraches, gestos pro muerte más que pro vida -los haga quien los haga y con independencia de a quién se elija como blanco-, desvían la atención de aquello que, con altura, con respeto, debería debatirse, empezando por ese protocolo de interrupción del embarazo cuya aplicación -a los hechos me remito- dista mucho de guardar un mínimo de coherencia con la misión de salvar vidas (toda vida) que es propia del sistema de "salud", originando en los profesionales un sinnúmero de tensiones perturbadoras y mortificantes, divorciándolos de su vocación.
Voces autorizadas se han pronunciado esta semana considerando a un protocolo ministerial como una herramienta jurídica insuficiente, endeble, para regular el uso de armas de fuego, del que dependen vidas humanas. ¿Por qué habría de alcanzar un protocolo, cuya constitucionalidad está cuanto mínimo en duda, para suministrar el misoprostol a una embarazada de cinco meses y para presionar a una doctora con una demanda penal si no lo hace?
También reclama respuestas que haya tantas adolescentes embarazadas, síntoma inconfundible de un vacío educativo que algunos creen poder llenar con técnicas anticonceptivas y pastillas del día después, mientras que otros opinamos que necesita un abordaje mucho más integral, que no pase por encima del derecho de los padres como primeros responsables de sus hijos, que contemple todas las dimensiones humanas, de manera tal de contribuir a que la sexualidad sea vivida libre y responsablemente, integrada a un proyecto de vida con el amor como ideal.
La reflexión podría ir más lejos, porque el desafío educativo es mucho más profundo aún. ¿Acaso esta incapacidad que exhibimos a diario para dialogar, para escucharnos con respeto en la diversidad, para evitar juicios apresurados, no son manifestaciones de carencias educativas, de miserias con las que profundizamos día a día la disolución de nuestra comunidad? ¿Acaso no es un desafío educativo la proliferación de diferentes expresiones de una multifacética violencia que está en las calles, en las canchas, en las redes sociales, en las familias, en la grave deuda social -que es otra forma de violencia- y hasta en nuestros corazones?
Permítaseme referirme también a la Doctora Belén Esteves. La conozco desde que asumiera al frente del área ambiental de la Municipalidad de Concordia, donde se desempeñó con profesionalismo y dedicación y de igual modo procedió desde similar cargo de responsabilidad en la provincia.
No estuve de acuerdo con que fuera designada provisoriamente como jueza de familia, pero no porque tuviera algo personal contra ella. Nada más alejado de mis intenciones. Es solo que, en mi opinión, la designación efectuada por el Superior Tribunal de Justicia debió recaer en una abogada con trayectoria en el fuero familiar. Así de simple es el razonamiento.
Pero no creo que sea apropiado ni "humano" que circulen por allí imágenes tildándola de "abortista", armadas por personas que nada o casi nada saben de ella, al extremo que la ubican en Corrientes. En este tristísimo hecho, según ha sido explicado, su actuación se habría circunscripto a notificar a los actores la vigencia de un protocolo que bajó de Nación y al que la provincia adhirió. Desconozco cuál es su íntimo parecer sobre dicho protocolo. Sea cual fuere, no me veo con permiso para escrache alguno en su contra, ni en contra de nadie. Podré disentir con ella, incluso cuestionar su actuación, pero ello no me autoriza a mí ni a nadie a faltarle el respeto y mucho menos a incurrir en cuasi fusilamientos mediáticos.
Dentro de poco será Navidad. Es decir, para los cristianos, conmemoración de Dios encarnado en un niño, frágil, enamorado de sus criaturas, los seres humanos, no como deberíamos ser sino así como somos, caídos, pecadores, contradictorios. No vino a condenarnos sino a salvarnos, decía el francés Charles Peguy. Que Él, que no obligó a nadie a seguirlo pero perdonó a todos, abrace a los protagonistas de este penoso hecho y a este periodista que lo hizo público con su infinita misericordia y nos contagie la cultura del encuentro, que tanta falta nos hace.
Porque si seguimos como vamos, como tan sabiamente lo advertía Gandhy, si entre nosotros impera el "ojo por ojo", el mundo "acabará ciego".