Pero los expertos recomiendan justamente lo contrario: atreverse a hablar. Es una de las premisas de las que parte el sacerdote Cristian Arévalo, párroco de Los Charrúas y asesor de la Pastoral Juvenil de la Diócesis de Concordia.
“Hay como ciertos mitos en el tema del suicidio. Uno de ellos es que no hay que hablar, porque si hablamos es como que creamos las posibilidades de, pero es todo lo contrario: tenemos que tomar conciencia y comenzar a compartir como sociedad”, explicó, en diálogo con el programa Despertá con Nosotros, por Oíd Mortales Radio.
Algunas cifras revelan que el drama del suicidio ha crecido. El año pasado hubo 4.195 casos. El suicidio fue la segunda causa de muerte, después de los accidentes, entre jóvenes de 15 y 24 años. Un dato realmente llamativo y preocupante.
Arévalo destacó el trabajo del psicólogo Sergio Brodsky, de reconocida trayectoria en el cuidado de la salud mental en nuestra región. “En Los Charrúas había un alto índice de suicidios y Sergio Brodsky comenzó a trabajar. La localidad es reconocida por la diversidad de confesiones religiosas que hay, la diversidad de instituciones, y, entonces, lo primero fue el diálogo, ese compartir, ese sensibilizar, concientizar sobre el tema, para después poder crear una red de contención, de escucha y de acompañamiento”, resaltó.
El sacerdote puso especial énfasis en la conformación de redes, como verdaderos espacios de acogida. “Somos parte de una sociedad que es diversa y al tema del suicidio, lo mismo que a las adicciones, es bueno abordarlo en conjunto, para ir creando redes, para ir ayudándonos. No todos los chicos están en la iglesia, no todos practican deporte, no todos hacen tales o cuales actividades, pero todos sí son parte de una misma sociedad”, explicó. Para propiciar esas redes de contención importa especialmente desarrollar habilidades imprescindibles. Por caso, “escuchar” y “acompañar”, “estar”.
¿Qué hacer si alguien dice “me quiero suicidar”?
Cristian Arévalo se ocupó de identificar otro mito, bastante extendido, según el cual quien dice que lo va a hacer es porque no lo hará. Falso. “Cuando alguien te dice, che, ‘mirá que me preocupa esto o aquello’, hay que prestarle atención, escucharlo, sobre todo a los jóvenes”, pidió el sacerdote.También recomendó evitar minimizar o comparar. “A veces algún chico viene con una inquietud, apesadumbrado, con algún desgano, con alguna desilusión, con alguna frustración, y tendemos a decirle ‘lo que te pasa a vos no es tan grave. Mirá la realidad de tal otro chico’. ¡Cuánto daño hacemos! Porque no estamos escuchando concretamente el problema de esta persona. Hay que valorar la singularidad de cada persona”, remarcó.
Uno por uno
Arévalo contó que desde el año pasado anima al equipo de pastoral juvenil en la diócesis de Concordia y allí pudo observar que los jóvenes reclaman principalmente escucha y compañía. “Y ese acompañamiento –enfatizó- tiene que ser personalizado. No podemos acompañar a masas de personas, sino que hay que ir acompañando el proceso de cada uno”.El párroco de Los Charrúas también percibió otro rasgo bastante frecuente: a muchos chicos les está costando el estudio. “La educación sigue siendo a veces conductista, a través de estímulos y respuestas. Pero los jóvenes a menudo necesitan que se los ayude a ir desarrollando personalmente sus potencialidades, sus capacidades. Eso es un gran desafío que tenemos hoy”.
Los vínculos reales se van “difuminando”
El Padre Cristian Arévalo ahondó en un signo de época: la soledad. “No sabemos lo que le está pasando al otro”, describió.El sacerdote ve con preocupación que “los vínculos reales se van difuminando, van desapareciendo. En la misma familia, a veces, están en la mesa y cada uno está en su mundo, con el teléfono, en las redes y muy poco es lo que compartimos y sabemos de lo que hay en el corazón del otro. No sabemos lo que le está pasando, qué siente el otro, qué siente mi hijo, qué siente mi esposa, qué siente mi amigo, qué es lo que le pasa por el corazón. Compartimos un montón de actividades, de cosas, pero en el fondo cada uno está solo, ¿no? Y esa soledad hoy es realmente dramática. Hemos perdido esa humanidad, ha desaparecido el hombre mismo, y el sentido de la vida, de la existencia, del ser relacional, del ser con los otros”.
Adictos al celular
Respecto de la creciente obsesión por el celular que acapara la atención, Arévalo no dudó en considerarla una adicción. “Tenemos que reconocer que hoy en día es una adicción. El celular se nos vuelve una adicción”.“Recordemos que ‘adicción’ –explicó- quiere decir justamente ‘sin dicción’, el no poder expresar, no poder decir, hablar. Y hoy hay muchas cosas que nos hacen que justamente no podamos decir, que no podamos compartir, que no podamos hablar. Entonces, es claro que tenemos que hablar de estos temas, porque son temas que están en la sociedad, que están en nuestra propia familia, en nuestra propia realidad, no para crear el incentivo a sino para abrir el corazón y escuchar, acompañar, crear vínculos reales, personales, humanos, entre nosotros”.
Por último, el sacerdote valoró que en las comunidades parroquiales “hay muchos hermanos que han crecido en esto de la escucha, en esta pastoral de la escucha, y lo hacen muy bien, porque a veces es eso, es encontrar un espacio donde alguien me contenga, me escuche, y yo pueda objetivar toda esa subjetividad que traigo en el corazón”.
Jóvenes que claman por “un lugar donde se sientan amados”
En febrero de 2024, tras una convivencia del equipo diocesano de Pastoral de la Juventud de la Diócesis de Concordia, un documento resumió algunas de las necesidades más urgentes.“Como Pastoral de Juventud deseamos expresarles las voces que hemos escuchado de muchos jóvenes de nuestra diócesis. (…) Estas voces continúan insistiendo en tener un lugar donde se sientan amados, acogidos y valorados, necesitamos adultos que hagan camino con nosotros, que no nos miren de la vereda de enfrente. Nos duele escuchar frases como: “la juventud está perdida”, Nos duele que nos digan que somos pocos en la parroquia. Y les decimos, que quizás no somos multitudes adentro, porque también estamos afuera: en la escuela, la universidad, el trabajo, en la calle, como nos dice el papa Francisco ¡callejeando la fe!”, expresaba la carta.
En ese mismo texto, los jóvenes describían la Iglesia que necesitan: “Soñamos que la iglesia sea una familia, donde los clamores constantemente escuchados por ustedes en las asambleas pastorales los mueva a dejarse guiar por el Espíritu, generando actitudes verdaderamente transformadoras en el estilo de vida de sus comunidades”.