José de San Martín no trajo de España solo su experiencia militar, venían con él 16 cajones de libros, que llevó a Mendoza y cruzaron, con el Ejército, la cordillera. En Mendoza no parece haber quedado libro alguno, a juzgar por el estudio que hicieron el doctor Pedro Luis Barcia, entrerriano erudito, y la doctora Di Bucchianico, si bien la principal biblioteca mendocina dice contar con cuatro libros que tienen estampada el ex-libris del general. Los cajones luego, a lomo de mula, cruzaron la cordillera. Pienso que saberlos consigo, serían para él una fuente de energía, otro corazón secreto, que lo animaba. En Santiago de Chile donó los $10.000 otorgados como reconocimiento del gobierno, después de Chacabuco, para fundar una biblioteca. Así ganar una batalla y fundar una biblioteca son la cara y la cruz de una misma moneda: la libertad. "Deseo que todos se ilustren en los sagrados libros que forman la esencia de los hombres libres". "La biblioteca es destinada a la ilustración universal y más poderosa que los ejércitos para sostener la independencia". No sé si dejó libros en Santiago, pero hubo cajones que siguieron hasta Lima, donde coronado sus triunfos, donó esos libros al fundar la Biblioteca Nacional del Perú. De ese medio millar de ejemplares sólo quedan siete, después del incendio de 1943. Con las bibliotecas ocurrió como con las libertades, florecen y se apagan intermitentemente. Y reparen: dice "los sagrados libros", no dice "las sagradas espadas".
Ya en el destierro francés, el general comienza a formar una nueva biblioteca. Sabe que ese es un trabajo que no termina, como no termina de perfeccionarse la libertad. La lectura fue, con la carpintería y la jardinería, y el ajedrez, el placer de su madurez, a lo que se sumaba a veces la guitarra (había tomado en París lecciones con el gran guitarrista y compositor español Fernando Sor). Muchos de esos libros fueron donados a la Biblioteca Nacional Argentina por su yerno, Mariano Balcarce.
¿Y qué había en esa biblioteca? En español "la Ilíada", una “Gramática militar", un volumen sobre "El arte de escribir", seis tomos con obras de Quevedo, otro con el teatro de Calderón. La mayor parte de los libros estaban en francés y aquí la lista es muy larga: Séneca, Cicerón, Epícteto, Plutarco, Bossuet, todo Voltaire, Mirabeau, Montesquieu, historias de Francia, el Tasso, Fenelón,el “best- seller" de esa época: "De la Alemania", de Madame de Stäel, libros sobre derecho civil, sobre la salud de los campesinos, uno sobre la quiromancia, obras de táctica militar, los viajes de los grandes exploradores. Diderot parece haber sido un favorito, en particular su tratado sobre "La ceguera". En inglés figuraba un solo autor, Jeremy Bentham, con dos obras sobre el derecho civil y penal (Bentham fue un revulsivo para las leyes inglesas). El Contrato Social y el Emilio no podían faltar, tampoco algunos tomos de la Enciclopedia. Mitre menciona a Epícteto y al Conde de Guibert (un general que luchó en la guerra de los Siete Años), como sus autores predilectos. Tal vez sea cierto aquello de que a San Martín lo hicieron en partes iguales la guerra y los libros, ambas se conjugaron para la obra final.
"La ignorancia es el más sólido apoyo del despotismo''. Reflexionemos sobre nuestra realidad, tan penosa. ¿Acaso la ignorancia no es un sólido apoyo también, de los malos gobiernos que se proclaman democráticos?
La biblioteca de Simón Bolívar parece haber sido grande, a juzgar por lo que pude averiguar por internet. Se repiten los mismos autores que en la de San Martín y los mismos títulos. Una selección pequeña lo acompañó hasta Guayaquil. Tenía algunos libros que fueron de su padre: "Las cartas eruditas" y "El teatro crítico Universal", ambas del Padre Feijoó, las obras más leídas en la España del siglo XVlll y sin duda el poseer esos libros de su padre, hacen a su biblioteca algo más raigal. Y contaba con dos volúmenes que habían pertenecido a Napoleón: "El contrato social" y "El arte militar" de Raimondo de Montecuccoli (1628-1678); ahora en la Universidad de Venezuela, además de dos grandes obras de Benjamín Constant, un clásico liberal: "Los cien días" y "Consideraciones sobre el golpe de Estado". Alguien, que no fuera San Martín, hubiera sentido envidia.
¡Y hubo tantas teorías sobre lo ocurrido! Los poseedores de grandes bibliotecas dicen que a la noche, los ejemplares cambian su destinado sitio, que algunos se esconden o desaparecen para reaparecer años después, que un estante cae, sin motivo, que a medianoche hay una atmósfera opresiva, que un raro perfume parece surgir de páginas amarillentas oprimidas en la fila de abajo, donde están las arañas. Lo que ocurrió en Guayaquil, tanto se supuso sobre esa entrevista, ¿no habrá sido el fin de un conflicto entre las dos bibliotecas, esos odios que surgen a veces entre cosas casi iguales, y que determinan el explosivo final?