La conducción o el liderazgo es la función más importante para una sociedad. Todos los ciudadanos sin excepción nos vemos afectados por las decisiones de un buen o mal liderazgo, de las correctas o malas decisiones que se tomen, nadie queda exento de sus consecuencias.
El nivel de eficiencia y eficacia de las distintas organizaciones e instituciones que conforman una gestión de gobierno estará dado por la capacidad de las personas que ocupen las funciones de conducción, mucho más en los tiempos actuales, en una sociedad del conocimiento y de la información por la que transitamos; la calidad de una conducción adecuada o correcta determinará tanto la competitividad de la economía como la calidad de vida de sus ciudadanos.
Si bien el proceso electoral se vio afectado por el impulso de las emociones y muy poco por la racionalidad - en nuestro caso entre el enojo (la bronca) y el miedo - cuando se gobierna debe primar la racionalidad en las asignaciones de las funciones de mayor impacto en la comunidad.
Hemos padecido durante largos años las consecuencias de designaciones vinculadas a la militancia, a relaciones personales, a una cultura del nepotismo, a intereses corporativos espurios, solo por mencionar algunos ejemplos, que han llevado al país a mostrar indicadores de ineficiencia y decadencia inimaginables a mediados del siglo pasado.
Las responsabilidades de estos resultados son en primer lugar de quienes se han postulado y elegidos para conducir y en segundo lugar de la sociedad en su conjunto que no ejerce el derecho de exigir eficiencia y eficacia.
El comienzo de una nueva gestión es una enorme oportunidad si se entiende que gestionar se debe asumir como la profesión de mayor impacto en la vida de las personas.
Como toda profesión se requiere del ejercicio de ciertos principios, que ya fue compartido en columnas anteriores y entre los cuales algunos son indispensables en el proceso que se inicia.
Fuerte orientación a resultados, gestionar implica necesariamente alcanzar resultados tangibles y en situaciones complejas como la que se recibe es imprescindible obtener resultados que resuelvan los problemas existentes.
No se debe confundir entre el aporte que se hace (input) y el que se genera (output). Lo que se genera está en relación directa con el sentido de responsabilidad y de servicio a la comunidad.
Definir claramente los objetivos que se pretenden alcanzar es otro principio irrenunciable; con certeza los objetivos de largo plazo servirán de orientación y de algún modo marcarán el camino a seguir, pero en situaciones tan complejas como la que vive el país los objetivos de corto plazo son los que marcarán el éxito o no de la gestión.
Como una regla básica vale entender que cuanto más compleja o difícil es la situación, más cortos son los plazos de las metas a conseguir. Cuando se trata de la supervivencia sea en el contexto de catástrofes o en situaciones existenciales como la de nuestro país, hay que resolver los problemas más graves y en ese contexto los tiempos son extremadamente limitados.
Lamentablemente la lista es interminable, inflación, pobreza, corrupción…
Sugiero en todos los casos documentar los problemas y los objetivos a alcanzar. Solo así se podrá medir si el output es el esperado o cuán lejos de ello se está. No hay posibilidad de saber cuál es la real contribución o rendimiento sin medición.
Tampoco son válidas las excusas como que el trabajo es duro, que exige mucho esfuerzo, que el estrés es alto o que deberá tomar decisiones dolorosas. Si esto ocurriere habrá dos razones que no son justificables, o se eligió erróneamente al funcionario desde sus competencias o el seleccionado no entendió que la responsabilidad en el ejercicio de la función pública es de 24 x 365.
Asimismo, justificar la ineficiencia en la herencia recibida es indicador de ineptitud de quien lo hace; ya hemos experimentado estas situaciones que no hacen más que reforzar esta afirmación.
En ninguna organización privada se le aceptaría al responsable máximo este tipo de argumento, se lo designa para resolver los problemas, no para describirlos.
Finalmente es necesario tener presente que a las gestiones se las miden o evalúan por lo que hacen, no por lo que dicen. Un claro ejemplo de esta definición es lo acontecido en la elección presidencial: quien no fue elegido sufrió las consecuencias de sus actos anteriores, los hechos fueron más fuertes que las promesas de campaña.
El subdesarrollo no es consecuencia de la disponibilidad o no de recursos sino de la mala calidad de los liderazgos. Para comparar tomemos como ejemplo Japón, un país con escasos recursos que ha basado su desarrollo económico y de calidad de vida en una cultura inquebrantable del trabajo, la educación de máxima calidad, la disciplina y el respeto por el otro.
Mañana iniciamos una nueva etapa en la historia de nuestro país, desbordada de expectativas, incertidumbres y esperanzas.