No son nuevas las voces que reclaman, no sólo a Gustavo Bordet sino a todos los referentes históricos del PJ, que se acuerden de la militancia, que no le den la espalda. La queja ha sido hecha pública en forma vehemente desde Concordia, donde las bases aún consideran a la ciudad la “capital indiscutida del peronismo entrerriano”. Pero temen que tal título se descascare como esos viejos carteles de chapa, todos herrumbrados.
¿Qué dicen las encuestas que encarga el gobernador? ¿Apoyará a quien más “mide”? ¿Ese será el criterio para decidirse? ¿Quién es el mejor parado? Llama la atención que no dejen trascender los resultados, como era frecuente en otros tiempos. Como todo silencio informativo, termina siendo suplido por versiones. Desde el entorno del intendente de Concordia aseguran que “Enrique” está a la cabeza y resaltan que ha logrado hacerse conocer hasta en el último rincón del territorio provincial, una condición indispensable para ser competitivo. Obvio, los de Bahl responden atribuyéndole al paranaense una mejor imagen, disimulando que su apellido pierde fuerza en el conocimiento público apenas se aleja de la capital provincial.
Si opta por mantenerse equidistante de las distintas precandidaturas, midan lo que midan, ¿se expone a que le facturen una hipotética derrota del peronismo en Entre Ríos, algo que no ocurre desde 1999, cuando Héctor Maya cayó vencido ante Sergio Montiel?
El antecedente tiene condimentos especiales, que lo convierten casi en un “fantasma de la B”. Cuando Jorge Busti terminaba su segundo mandato, prefirió “bendecir” al gualeguaychuense Maya en vez de al concordiense Juan Carlos Cresto, quien por entonces era -como lo es hoy su hijo Enrique- intendente de la capital del citrus. No faltaron algunos desconfiados que entrevieron en aquella preferencia del “Conejo” por Maya una solapada intención de que el PJ no triunfara, lo que efectivamente terminó por ocurrir.
Por entonces, le atribuían a Busti la supuesta intención de mantener su liderazgo en el peronismo desde la oposición a Montiel, con la pretensión de regresar al poder cuatro años después, algo que efectivamente consiguió. Como sea, fueron todas especulaciones, suposiciones, sin que hubiera pruebas firmes que las avalaran.
Algunos que abonan cierto sentido circular de la historia, sospechan que lo de 1999 podría repetirse. O sea, que el peronismo elija a un candidato “menos competitivo” y que se encamine hacia una segura derrota… Y los crestistas agregan otra coincidencia: que otra vez se margine a un Cresto.
Así las cosas, los más ansiosos exigen que Bordet se juegue, que abandone el cuidado de su imagen, algo que ha sabido hacer y exitosamente durante todos estos años, que se acerque a la militancia y sus símbolos, y, especialmente, que defina un explícito apoyo a quienes están mejor posicionados para ocupar tanto el sillón de Urquiza como el Zorraquín, en su ciudad de origen. Porque, machacan, no se podrá ganar la provincia sin Concordia.
El gobernador, apasionado del agua y de la pesca, parece navegar entre dos corrientes opuestas que lo tironean. Una que le repite al oído la consigna ‘no más candidatos de Concordia’ y le señala a Adán Bahl como el candidato a respaldar. Otra corriente que le recuerda sus orígenes y le reclama que no traicione a la ciudad que lo hizo dos veces gobernador de Entre Ríos.
El enigma que debe resolver Gustavo Bordet se centra en cuál sería la figura con mejores posibilidades de vencer a Rogelio Frigerio, quien, a pesar de una presunta caída en las encuestas (nunca difundidas), no parece haber dudas de que mantiene una ventaja respecto de este peronismo aún “indefinido” y dividido.
Bordet no le ha esquivado a su rol de “principal elector”. Incluso se comprometió a ocupar algún lugar en las listas, sugiriendo que su imagen traccionará a favor. No obstante, fiel a su verticalismo histórico, la militancia espera no sólo eso sino definiciones, a riesgo de que, si no aparecen, le endilguen el título de “padre de la derrota”, en el supuesto de que efectivamente Frigerio termine accediendo a la Casa Gris.
Otro enigma pasa por si desdobla o no desdobla. Si decide que la elección provincial sea “concomitante” -como gusta decir- con la nacional, los plazos se estiran, aunque se trata de otra jugada arriesgada. ¿Conviene? ¿De verdad Milei en el cuarto oscuro podría dividir el voto opositor y debilitar a Juntos por el Cambio? ¿Acaso no se verá también debilitado el Frente de Todos por los fracasos de Alberto Fernández y las pugnas internas entre los K y los no K?
Otra “cuestión” no menor se llama Sergio Daniel Urribarri. ¿Y si el STJ valida la posibilidad de que pueda presentarse para la gobernación? Menudo problema agregado para Bordet. El “Pato” busca mostrarse como el “único” que de verdad le hace frente a Frigerio. Implícitamente, su mensaje desliza que el peronismo está muy quieto, casi inmovilizado, como si hubiera un pacto con Rogelio Frigerio. Obvio, todos estos gestos intentan correr el foco de la atención lo más lejos posible de sus desventuras en tribunales.
Si el STJ valida sus aspiraciones, la interna del peronismo entrerriano se volverá aún más caliente y el “árbitro” o “principal elector”, o sea, Gustavo Bordet, la tendrá mucho más complicada para marcar un rumbo claro y asumir las consecuencias.
Por último, ¿cuánto pesará en la “bendición” que ofrezca Bordet las “garantías” que puede ofrecer ese bendecido de que no “traicionará” al actual gobernador? Los antecedentes pesan. Urribarri llegó bendecido por Busti y rompieron hasta odiarse. Bordet llegó respaldado por Urribarri y las relaciones se quebraron… Máxime cuando desde el entorno del Pato culpan al mandatario provincial porque no habría hecho nada para frenar el embate judicial que desembocó en la condena por corrupción de primera instancia.