Sebastian-Roche Nicolas(1740-1794) nació en Clermont-Ferrand, en el centro de Francia, y adoptó más tarde el nombre de Chamfort. De origen oscuro, se sostuvo que era hijo de una aristócrata y un cura rural, y criado por un hermano de este último, tuvo ya en su primera juventud una educación esmerada y, un chispeante humor. Su notable conversación y su atractivo físico le abrieron los salones más exclusivos y también las alcobas. Fue autor teatral, ingresó en la Academia francesa, fue secretario de la hermana del rey, y una enfermedad le arrebató su belleza. Dirigió la Biblioteca Nacional, fue revolucionario en 1789 y uno de los primeros en entrar en la Bastilla, escribió los discursos de muchos políticos célebres, pero no apoyó el Terror, fracasando en un intento de suicidio que le voló la nariz y un ojo e ineficaces veintidós puñaladas; provocado y quizás simbolizando el fracaso de la revolución, conoció la cárcel y su agonía duró cinco meses. Sus contemporáneos que gozaron de su conversación, desconocieron sus aforismos escritos, patrimonio de la posteridad. Van aquí algunos.
Celebridad: la ventaja de ser conocido por aquellos que no te conocen.
Si no fuera por el gobierno, no habría nada en Francia que nos hiciera reír.
Un hombre no es necesariamente inteligente por que tenga muchas ideas; no más que lo que hace un buen general, el tener muchos soldados.
Ocurre con la felicidad como con los relojes: los menos complicados son los más difíciles de dañar.
La opinión pública reina en la sociedad, pues la estupidez reina entre los estúpidos.
Trágate un sapo a la mañana, y no encontrarás nada más asqueroso el resto del día.
Debemos ser justos antes que generosos, así como debemos tener camisas antes que puntillas.
El valor de alguien no necesita intérpretes; su accionar de cada día es su emblema.
El pueblo es gobernado por la cabeza; un corazón bondadoso es inútil jugando al ajedrez.
Las personas despreciativas son seguramente despreciables.
La convicción es la conciencia del intelecto.
Debe admitirse que hay partes del alma que debemos paralizar completamente, antes de que podamos vivir felices en este mundo.
Alegrarse y dar alegría, sin daño para sí ni para otros, esta es la verdadera moralidad.
Son dos las cosas a que debemos acostumbrarnos para no encontrar la vida insoportable: los daños que trae el tiempo y las injusticias de los hombres.
La falsa modestia es la más decente de todas las mentiras.
El día más despreciable es aquel en que no hemos reído.
El placer puede sostenerse en una ilusión, pero la felicidad descansa sobre la verdad.
La gente inteligente comete errores, porque no pueden creer que el mundo sea tan tonto como es.
Dónde reina la violencia, débil es la razón.
La opinión pública es la peor de las opiniones.
Cada día agrego algo a la lista de las cosas que me niego a discutir. Para el sabio, la lista más larga.
La naturaleza nunca me dijo: no serás pobre y menos sé rico. Su grito fue siempre: sé independiente.
Dejamos tranquilos a los que incendiaron la casa, pero perseguimos a los que dieron la alarma.
La única cosa que impide a Dios enviar otro diluvio es la inutilidad del primero.
La mejor actitud filosófica para adoptar en el mundo es la alegría sarcástica con el desprecio indulgente.
Para ver las cosas correctamente debemos dar a las palabras el sentido contrario al que le da el mundo.
La conciencia es un perro que no nos impide pasar, pero que no podemos evitar que ladre.
El hombre alcanza cada etapa de su vida como un novicio.
La revolución no es un cuenco con cerezas.
Probablemente omití aquel que cada uno de ustedes hubiera preferido..... A buscarlo !!!, les dejé el nombre o el hombre.