Julio, alias “Colita”, es el padre de Miguel Merentiel, el delantero de Boca que el domingo convirtió dos goles en el triunfo 3 a 2 sobre River, por los cuartos de final de la Copa de la Liga. Desde el país vecino, Julio Miguel Merentiel cuenta su historia y revela el consejo que cambió para siempre la carrera del atacante xeneize.
Colita nació en Paysandú el 20 de octubre de 1973, tiene 50 años y se dedica a la venta y reparto de pizzas a comercios de la zona. Si bien fue Sandra, su mujer, quien más acompañó a Miguel en sus inicios en el fútbol charrúa, Julio fue un espejo para la Bestia, por sus condiciones en el campo de juego (se retiró en 2004, cuando el jugador de Boca tenía 12 años) y, por sobre todas las cosas, por sus lecciones de vida. “Miguel me seguía a todas las canchas. En el baby-fútbol, metía muchos goles de tiro de esquina. Entonces, cuando veía que yo iba a levantar un córner, corría por la raya lateral y me decía: ‘¡Papá, papá, pegale al arco que es gol!’”, relata.
Colita no estuvo presente en Córdoba por motivos laborales. Si iba, perdía dos días de trabajo. Desde que Miguel llegó a Boca, Julio Merentiel viajó dos veces a Buenos Aires. Para el partido con Nacional de Montevideo por los octavos de final de la Libertadores 2023 (2-2 en los 90 minutos y victoria 4-2 en los penales) y con San Lorenzo (triunfo 2-1), en marzo de este año. En los dos partidos su hijo metió un gol. “Lo primero que se me viene a la cabeza es cuando Miguel jugaba en las inferiores de Peñarol y nos decía a mi señora y a mí que quería volverse, que extrañaba a la familia. Yo le decía: ‘hijo, no cometas el mismo error que yo’. Porque si bien fui muy feliz jugando en Paysandú, tenía condiciones para llegar más lejos”, acepta, arrepentido.
“Una de las primeras veces que viajé a entrenar con Nacional fue junto a Pierino Lancieri, un muchacho de Paysandú que jugaba en Bella Vista de Montevideo. Le dije: ‘Esperame que ya vengo, voy a buscar el bolso’. Me bajé del ómnibus, agarré mis cosas y volví a casa”, detalla. Paysandú es la segunda ciudad más importante de Uruguay. Está ubicada a 378 kilómetros de la capital y es fronteriza con la provincia de Entre Ríos.
Aunque le costó separarse de sus papás, Miguel sí aceptó el desafío de jugar en Peñarol, donde marcaría 13 goles en 29 partidos entre Tercera y Cuarta División. En 2015 fue ascendido al plantel de Primera conducido por Pablo Bengoechea, del que también formaban parte Nahitan Nández y Federico Valverde. Realizó la pretemporada, pero no debutó. Fue a préstamo a El Tanque Sisley, Lorca de España (viajó con sus padres) y Valencia B, para luego recalar en Godoy Cruz, que adquirió el 50 por ciento de su pase.
-¿Pudo dormir el domingo, Julio?
-Un poquito costó, je. Uno siente un orgullo enorme por todo lo que está haciendo Miguel. Como padre, pero también como hincha de Boca.
-¿Gritó los goles?
-¿Qué te parece? En casa somos todos de Boca. Yo me hice hincha a finales de los 90, cuando arrancó la era Bianchi. Me enloquecía aquel equipo de Riquelme, Guillermo y Palermo. ¡Qué equipazo! Y Miguel creció viendo a esos jugadores. Es más, el perro de mi hijo se llama Juan Román. Un día me llamó y me dijo: ‘Papá, voy a jugar en un club que te va a poner muy feliz’. Y casi me largo a llorar.
Aunque casi no existen registros fílmicos, Colita Merentiel fue un enganche o segundo delantero que desarrolló toda su carrera en el fútbol amateur salvo entre 1999 y 2003, cuando Atlético Bella Vista, conocido popularmente como “Paysandú Bella Vista”, participó del campeonato profesional uruguayo, tras adquirir una plaza en Primera División. En su libro “Paysandú, Rey de Copas”, el periodista y escritor Julio César Damico describe a Colita como un jugador fuera de lo común: “Una de esas apariciones que cada tanto lanza a los campos del fútbol el Atlético Bella Vista. Poseedor de una superior calidad técnica, la que solo está reservada para aquellos que nacieron futbolistas. Su categoría fue la diferencia. Innata habilidad, gran pegada y talento, fue creador de muchos goles personales y pases-gol a sus compañeros”. Colita es considerado por muchos como un símbolo de la liga sanducera.
En Bella Vista obtuvo tres Torneos de Honor (1995, 1996, 1998), el Apertura y Clausura 1991 y la Liga Mayor de la Organización del Fútbol del Interior (1998), mientras que en 2005 levantó un nuevo Honor con Sportivo Independencia. “No sé si fui mejor que mi hijo, somos bastante distintos. Yo era un jugador más pensante, más organizador. Me gustaba armar juego y pateaba muy bien los tiros libres”, se define.
A Julio lo marcó mucho el fallecimiento de Ángel, su papá, que se descompensó en la tribuna mientras Colita jugaba para Bella Vista. “No es fácil ver un partido como papá”, explica. En homenaje a él llamó a su hijo Miguel Ángel. “Cuando juega Boca tomo una pastilla para la presión -admite-, si no me pongo nervioso”. El del domingo no fue la excepción. “Escuchar a la hinchada de Boca gritando ‘¡u-ru-guayo, u-ru-guayo!’ por Miguel es un recuerdo que no voy a olvidar jamás”, sostiene, emocionado.
Antes y después de los partidos, Julio le envía un mensaje a su hijo para darle aliento o felicitarlo por un gol. “Miguel me dice que no mire nada, ni lo bueno ni lo malo, pero uno consume fútbol”, advierte. Si Boca pasa a Estudiantes, intentará estar en la final, aunque no promete nada: “Mis amigos me dicen que me olvide un poco del negocio y disfrute el presente de mi hijo. Y la verdad, pensándolo bien, puede que tengan razón...”.
Por Leandro Contento