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El padre Alejandro Diaz (izq) y la Virgen de Lujan
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¿Qué hace un entrerriano “perdido” en medio de la selva, al otro lado del mundo, en Oceanía? ¿Cómo fue que “eligió” estar allí, con personas que viven semidesnudas, bajo techos de palmeras y cañas, sin ningún tipo de muebles, ni sillas, ni mesas, ni roperos, ni modulares, porque tampoco tienen cosas para guardar?

Se llama Alejandro Díaz y hace un año que misiona en Vanimo, un paraje de Papúa Nueva Guinea.

Si el Papa Francisco no lo hubiera visitado, para charlar mano a mano mientras saboreaban unas tortas fritas y unos mates amargos, quizá nunca nos habríamos enterado del testimonio de vida de este curita nacido en Santa Elena, Entre Ríos, que hoy vive en un lugar del mundo casi pre civilizatorio, donde aún viven de la caza y de la pesca, aunque, muy cerca de allí, está uno de los yacimientos de oro más grandes del mundo, explotado por extranjeros, claro.

“Me fui de Santa Elena, Entre Ríos, a los 19 años, a un seminario misionero. Hice mi carrera sacerdotal en 8 años. Y como la congregación es misionera, nos trasladan permanentemente. Esta creo que es la sexta o séptima misión. Hace un año que llegué a Papúa. Necesitaban un sacerdote con buena salud, por las condiciones climáticas, por las enfermedades que hay. Vine para reforzar la comunidad misionera del Verbo Encarnado que ya existe aquí, desde hace 27 años”, contó el Padre Alejandro, en diálogo con el programa Despertá Con Nosotros, por Oíd Mortales Radio.

La entrevista duró casi media hora, tiempo durante el cual el sacerdote atrapó a la audiencia describiendo una realidad asombrosa, como extraída de un documental, pero absolutamente real.
“Pertenezco a los monjes de vida contemplativa y hace dos años estamos construyendo el primer monasterio de vida contemplativa de Nueva Guinea. Hace 7 años y medio que estaba en Italia y me preguntaron si estaba dispuesto a dar el paso de cambiar y aquí estoy”, responde, cuando le preguntamos cómo fue a parar a ese lugar que cuesta hallar en el mapa.

¿Cómo es Vanimo, en Papúa Nueva Guinea? En tres palabras, el cura resumió todo: “es otro mundo”. Y, ¡vaya si lo es!

“Hay 600 dialectos. El idioma oficial es el inglés y el segundo es el tok pisin, que lo hablan todos. Cada tribu tiene a su vez su propio idioma, pero se comunican con el pisin, que lo estudiamos nosotros, los misioneros. El pisin es como un inglés mal hablado. Tienen una monarquía parlamentaria. Su autoridad máxima es el rey de Inglaterra, Carlos III”, informa Alejandro.

Y enseguida agrega un dato que se ocupó de resaltar especialmente: “Hace apenas 80 años que llegó la fe cristiana acá. Hay comunidades que todavía no conocen que Jesús nació, por ejemplo. No han recibido la fe. Ellos adoran los animales, los astros, tienen mucha brujería, hechicería, mucho paganismo, mucha idolatría. A veces es difícil llegar a esas tribus. Se ha avanzado muchísimo en esos 80 años con la propagación del Evangelio, no solo desde la Iglesia Católica, sino también desde la Iglesia Adventista y los Luteranos”.

Soportar el clima de Vanimo no es para cualquiera. “Tenemos 84% de humedad todos los santos días. Siempre es verano, con muchas tormentas tropicales y terremotos, temblores de tierra. La temperatura está entre 38 y 40 grados. A veces, 6 veces al día me tengo que duchar, cambiar la ropa, porque estás pegajoso. Ellos están muy acostumbrados, incluso a trabajar bajo el sol. Pero nosotros sufrimos muchísimo. Demoré casi dos meses en adaptarme con la respiración”.

Al igual que en tantas otras zonas del planeta, Nueva Guinea es una “nación es rica” pero su gente es extremadamente pobre. “Tiene la mina de oro más grande del mundo. Pero la explotan los países extranjeros. Tienen gas, tienen una riqueza enorme, pero el país es muy pobre. Lamentablemente los extranjeros que vienen a explotar se llevan todo, Estados Unidos, Rusia, Alemania. Instalan cosas, les dan dos o tres chauchas a ellos, porque ni siquiera rutas tienen”, resume el padre Alejandro.

“Y en la zona donde yo estoy –describe- directamente no tenemos luz, ni agua potable ni cloacas. Tomamos agua de lluvia. Gracias a Dios nosotros, los misioneros, podemos tener una casita con techo de zinc. La mayoría tienen techo de palmera, con cañas. No tienen ningún tipo de muebles, no tienen sillas, mesa, ropero, modular, porque tampoco tienen cosas que guardar. Andan semidesnudos”.
Mate y tortas fritas. La inolvidable visita del Papa Francisco
“El Papa Francisco nos quiere muchísimo. Quería venir a toda costa. Iba a venir antes de la Pandemia y se suspendió. Él nos está ayudando muchísimo. Gracias a él hemos podido construir un colegio primario, uno secundario, comprar las 4 x 4 para entrar a la selva, porque de otra manera es imposible. También ayudó con los paneles solares”, cuenta Alejandro.

“Nos avisó que se venía. Muchos se preguntaban cómo va a ir a Vanimo, que es como el fin del mundo. Pero insistió y quiso venir. Hasta Port Moresby –contó el cura- vino en un vuelo desde Italia. Pero de ahí a Vanimo fue en un avión de guerra, tipo Camberra, que no tienen asientos. Le instalaron tres asientos para el Papa y con todo ese ruido, con las maletas, con el Papa Móvil adentro, hizo un sacrificio enorme. Y si nosotros sufrimos el cambio de temperatura y de horario, imaginemos cómo lo debió sufrir él”.

La descripción del encuentro con el Papa resulta increíble, porque se apartó de todo protocolo. “Se vino a la casa nuestra. Nos contó historias, nos dio fuerza para seguir en la misión, nos dio consejos. Lo esperé con mate. El protocolo Vaticano decía que teníamos que esperarlo con un licuado de naranja y fruta fresca picada y agua. Pero preparé igualmente mate con agua mineral, no le puse el agua de lluvia que tomamos nosotros, y le hice unas tortas fritas. Me levanté temprano ese día y le hice las tortas fritas. Cuando las vio me dijo “yo me llevo algo de eso para la cena”. Tomó 7 u 8 mates amargos y se llevó un par de tortas fritas. También los guardias se llevaron tortas fritas”.

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El Papa le habló a la gente que lo esperaba en el parque. “Le dijimos que se pusiera más a la sombra y nos dijo ‘no, no, si ellos están soportando el sol, yo también lo quiero soportar’. Tuvo gestos muy paternales. Se acercaba a los niños. Había una cola de gente que lo quería saludar. ‘Que vengan todos’ decía y no permitía que cortáramos”.

El sacerdote contó que, con motivo de la visita del Papa Francisco, “venía gente de la selva, tres o cuatro días antes de que el Papa llegara, caminando, sin comida, soportando la lluvia de noche en la selva, descalzos. Tuvimos que salir a cazar, con otro sacerdote. Cazamos 10 ciervos y un jabalí para poder alimentar a toda esa gente. Ellos se cocinaban a su estilo”.
La religiosidad de los simples
Según cuenta Alejandro, los habitantes de la selva “tienen una piedad única. Acá las capillitas cuando vas a celebrar la Misa están llenas de jóvenes y de niños. Hay un respeto enorme por la fe. Decían “aunque no lo veamos (por el Papa Francisco), queremos estar ahí, porque pasa Jesús, es Jesús que viene a vernos. La gente se postraba, se arrodillaban. Se me pone la piel de gallina… Una señora enferma –acá hay mucha gente enferma, con malaria, niños lastimados, sobre todo la gente de la selva- que no sé si es lepra o cáncer lo que tiene y ella decía ‘yo solo quiero tocar su manto, porque sé que seré curada’. El Papa se levantó, la recibió, le dio la bendición y así con muchísima gente”.

En más de una ocasión, el cura entrerriano remarcó que en ese paraje lejano del mundo “se está por fe. Nosotros, los extranjeros, los misioneros, solo por fe”, insistió.

“En cuando al paisaje –describió-, esto es un paraíso, la vegetación, las montañas, los ríos y el mar, pero en cuanto a la cultura… Vas a un supermercado y lo único que encontrás es sal, un poco de fideo, arroz. No existe la pasta, el fiambre, el queso, te cuesta horrores encontrar leche, verduras. Las huertas de ellos son bananas. Hay variedad de bananas, coco, mango, ananá, frutas tropicales en cantidad y todo el año. Viven de lo que le da el mar y la selva”.

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Un paradisíaco paisaje Agrandar imagen
Un paradisíaco paisaje
Alejandro contó que están intentando enseñar a los habitantes del lugar a hacer huertas: “A mí me gusta el campo, la huerta, siempre trabajé en el campo cuando era más joven, con mis padres. Hemos traído desde Italia y mis padres mandaron de Argentina y estamos enseñando a la gente de la selva a hacer huertas, al estilo nuestro, buenos tomates por ejemplo”.
Una vida corta, que llega a su fin pasando los 55 años
Alejandro Díaz no duda en reconocer que llegó a llorar bajo el impacto de encontrar tantas necesidades sin poder resolverlas.

“Acá lamentablemente no viven mucho. A los 55 o 60 años ya comienzan a morir, por las enfermedades y la vida durísima que llevan, sobre todo la gente de la selva. Hay mucha mortalidad infantil también. Los primeros meses me la pasaba llorando cuando iba a la selva. Porque me faltaban manos para atender a la gente. Uno no sólo va a enseñar la fe sino también humanidad”.

“Los niños hasta los 8 o 9 años están todos desnudos, lastimados, con la piel, desde los pies hasta la cabeza, llena de hongos. Hay una enfermedad por la cual la piel se les cuartea, como cuando una tierra está reseca. Acá una chica es madre a los 14, 15 o 16 años. Vas a una aldea y ves miles de niños y muchos de ellos están enfermos”.

“Hay que hacerse muy fuerte porque ves que no podés socorrer a todos. Tenés que dar el salto a la fe, ayudarlos. Hacerte fuerte para no quebrarte psicológicamente”, confiesa el cura.

Enseguida, rescató los valores de ese pueblo tan distinto al nuestro: “La gente nos quiere muchísimo. Es gente alegre. En su pobreza, no tienen celular, televisor, supermercado, shopping, no hay nada en la selva. Ves jóvenes en las aldeas, de 25, 24, 28 años, que no hacen nada. No han ido a la escuela. No tienen documento, no saben qué edad tienen. No hay partidas de nacimiento. La selva es otro mundo. No podés creer que exista a esta altura, en 2024, gente que no tenga documentos”.

“Ellos cazan con arco y flecha. Se sirven de la naturaleza. Comen mucha banana asada, frita, hervida. Hay mucha variedad. Una especie de murciélago que existe, enorme, tiene mucha carne y lo cazan y lo comen. Comen cocodrilos, unos canguros de árbol, muchas frutas de palmera. Hay una que la mastican, como para calmar el hambre, como si fuera coca”.

“Comen una sola vez al día. No tienen desayuno ni merienda. Hacen almuerzo y nada más. A la noche tomarán un té, los que tienen”.
“Estoy feliz acá”
Puede que resulte más asombroso que las penurias de la vida allá, el hecho de que haya personas que eligen estar, acompañar.

“Yo estoy feliz acá. Creo que Dios me pensó para esta misión. Yo nunca me hubiera ofrecido para acá. Cuando me lo propusieron lo vi sobrenaturalmente. Si Dios quiere que conozca ese lugar, voy. Acá se está por fe. Yo estoy muy feliz, amo a esta gente. Y lo que Dios me quiera pedir acá, estoy dispuesto a dárselo, por el bien de estas almas. Son hermanos nuestros, hijos del mismo Dios y tienen mucha riqueza humana. Son simples pero de almas puras. No tienen todavía toda esa invasión que muchas veces tenemos en nuestros países por el mal uso de la tecnología o del confort. No es que estar cómodos es pecado. El pecado viene cuando nosotros no usamos bien las cosas que Dios nos dio. Tienen sus guerras tribales, pero en general son gente de corazón muy puro, muy limpio”.

“Recen por estos lugares”, fue el provocador cierre que eligió el Padre Alejandro Díaz para los 30 minutos de un diálogo fuera de lo común.
Fuente: Oíd Mortales Radio - El Entre Ríos

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